Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.
Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno. Con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.

Aristóteles

Saber llegar a dominar ese difícil equilibrio entre la razón y el corazón, entre la cabeza y los sentimientos es ardua tarea. Se conoce como Inteligencia Emocional. Tal concepto lo definió Mayer como:

‘Habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. De esta manera se puede usar esta información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento.’

Hoy en día este concepto se ha ido integrando en ámbitos muy dispares. Tiempo atrás hubiera sido impensable contemplarlo en la empresa. Hoy un buen líder, entre otras cualidades positivas, debe poseer una madurez emocional deseable. Que su manera de hacer y decir sea emocionalmente equilibrada.

En cambio, en el ámbito educativo adquirió creciente importancia mucho antes. Se consideró que dotaba a los alumnos y a los profesores de herramientas imprescindibles para que las relaciones entre unos y otros mejoraran. Mejorar aspectos como la aceptación, la comprensión, la comunicación, la equidad, la autoestima, el autoconocimiento, etc. Y aunque se considera importante integrarlo en el día a día de una escuela, aun es hora de que se cree una asignatura que le dé el valor que merece.

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La Inteligencia Emocional, el Mentoring, el Coaching, los Team Buildings que tan de moda están, definitivamente quedan enfocados a la mejora en la calidad de las comunicaciones y/o relaciones entre equipos/grupos de trabajo. Siendo estos equipo profesores, directivos, alumnos, familias, etc.

Me encanta como Daniel Goleman, un experto en este campo, nos da matices sobre la Inteligencia Emocional en su libro:

(…) la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último —pero no por ello, menos importante—, la capacidad de empatizar y confiar en los demás. Daniel Goleman.

Para mi esa es la gran sabiduría. Esa es la META para vivir en el equilibrio deseado, donde controlas tus emociones. Las gestionas. No te dominan ellas. La ira no te desborda. La pena no te anula. Tu mandas sobre ellas.

Debemos tener en cuentas dos aspectos importantes:

  1. La genética no nos dota de la misma manera. Unos seremos más sensibles en este campo. Percibiremos más o menos emociones. Y las sabremos gestionar mejor o peor.
  2. Independientemente del grado de inteligencia emocional que cada uno tenga, hay un trabajo personal ineludible en este proceso de mejora.

Y este trabajo empieza por cuestionarnos cómo podemos ser mejores emocionalmente. Qué relaciones tenemos enquistadas. En qué medida somos responsables nosotros.  Cómo nos sentimos antes las críticas. Cómo expresamos nuestros desacuerdo en las discusiones. Cómo recibimos los desacuerdos. Si sabemos ponernos en la piel del otro. Si sabemos regular nuestras emociones más íntimas y llevarlas al nivel que nos interesa para no quedar varados.

Finalmente, añado un párrafo muy interesante que incita a la reflexión, sin más. Por cierto, extraído de escritos filosóficos. ¡Qué saludable es la filosofía para el ser humano!

En su Ética a Nicómaco. Aristóteles realiza una indagación filosófica sobre la virtud, el carácter y la felicidad, desafiándonos a gobernar inteligentemente nuestra vida emocional. Nuestras pasiones pueden abocar al fracaso con suma facilidad y, de hecho, así ocurre en multitud de ocasiones; pero cuando se hallan bien adiestradas, nos proporcionan sabiduría y sirven de guía a nuestros pensamientos, valores y supervivencia. Pero, como dijo Aristóteles, el problema no radica en las emociones en sí sino en su conveniencia y en la oportunidad de su expresión. La cuestión esencial es: ¿de qué modo podremos aportar más inteligencia a nuestras emociones, más civismo a nuestras calles y más afecto a nuestra vida social?

No os perdáis el video que adjunto en este link. Es una conferencia de Goleman, un crack en esta materia. ¡Disfrutadla!

Daniel Goleman. Inteligencia Emocional

¿Has tenido alguna vez la sensación de querer dedicarte profesionalmente a cosas muy dispares? Me refiero a actividades que nada tienen que ver la una con la otra pero, sin embargo, sabes que con cada una de ellas las disfrutarías.

A mi sí me ha pasado. Y, de hecho, me sigue pasando. Lo que hago lo disfruto, me enriquece. Pero ya ha llegado a unos niveles más de rutina que de sorpresa. A un estado de inercia con algún toque de novedad, de chispa.

Por supuesto que cada día me voy con algo nuevo. No dudéis que cada día aprendo de mi trabajo, de las personas con las que me relaciono y, desde luego, de mi. ¡Sin duda! Sin embargo, reconozco que me interesan mil cosas más. Me llaman otras ideas, otros ámbitos. Y no por ello pienso que tenga dificultad para aposentar mis nalgas y plantarme. Quedarme aquí. Pienso en virar. Pienso en ampliar. Pienso en descubrir. En ponerme a prueba. Me pesa pensar que el resto de mi vida laboral se siga desarrollando como hasta ahora.

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Y pienso que no soy la única. Que muchos hemos sido educados con este leitmotiv. Y que, por lo tanto, educamos en esa onda.

Es por eso que dejo esta reflexión para que cada uno la tome o la deje, como las lentejas. Quitémonos esta obligación de encontrar LA vocación. Pregúntate más sobre qué disfrutas, qué te apasiona, qué te gusta hacer. Puede que sea una sola cosa o varias. Y es tan válido una opción como la otra. Convierte eso en tu profesión en la medida de lo posible. Serás, entonces, una persona afortunada. Y si, por el contrario, son muchas las cosas que te apasionan, sé bueno en cada una de ellas. No descartes ninguna, no tienes ninguna obligación de hacerlo. Es una cuestión simple y llana de prioridades.

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Sé feliz. Brilla. Sé tú.

¡No vuelvas a preguntarle a un niño qué quiere ser de mayor! Pregúntale con qué disfruta y en qué se siente bueno. Él y el tiempo harán el resto.

Qué calma y tranquilidad transmiten algunas personas. Qué placer pasar minutos con ellas, charlar, compartir. Qué sensación de simplicidad. Qué ganas de ahondar en todo lo hablado.

De repente te encuentras con ellas. De repente disfrutas de ellas. Y te das cuenta, como siempre suele ocurrir, cuando te vas. Qué tan a gusto has estado y qué rápido ha pasado. Qué ganas de volver a empezar porqué me sienta bien.

Y así de bien sientan espacios de calma y de silencio. De lecturas. De reescribir en tu libreta las cosas más tuyas, más internas. Tus sensaciones, tus objetivos, tus mejoras, tus deseos, tus pasos y cambios. Tus logros. Tu YO interior. Aquel que solo oyes y escuchas cuando permites que la calma te abrace. Cuando lo que te rodea no te interesa y solo quieres ir dentro, más allá de lo palpable.

Y eso solo pasa cuando te enfrentas a ti. Y sientes y sabes que vas a oír cosas que no te van a gustar. Pero eres lanzado y valiente. Quieres ser mejor, llegar a ser dueño de ti y de tus emociones. Que no sean ellas las que manipulen tus relaciones. Y quieres conocerte más. Por eso te regalas esos ratos de silencio y de escucha. Por eso los buscas cada vez más. Sabes que ganas en confianza. En fuerza interior. En criterio. Sabes que, aunque lo que escuches no es lo que te gustaría, es el paso para alcanzar la excelencia. Para ganar seguridad y claridad en tu camino. Para ser dueño de ti y que nunca lo sean otros. Para vivir en coherencia.

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Os comparto unas lineas de Rimpoché, uno de tantos maestros budistas a los que cada vez estoy más enganchada a leer:

“Hoy tenemos casas más grandes y familias más pequeñas. Más relojes, pero menos tiempo. Más conocimientos, pero menos sentido común. Más expertos, pero no menos problemas.

Gastamos demasiado, reímos poco. Nos echamos de menos pero nos enfadamos de más. Hablamos demasiado, y escuchamos muy poco. Compramos más, pero lo disfrutamos menos.

Hemos aprendido a prolongar la vida, pero no a vivirla realmente. Hemos conquistado el espacio exterior, pero no nuestro interior. Hemos desintegrado el átomo, pero no nuestros prejuicios. Hemos aprendido a correr, pero no a esperar.

Es tiempo de comidas rápidas y digestiones lentas. De ingresos más altos, pero moral más baja. De más entretenimiento pero menos diversión.

Porque de todo tenemos más y de casi nada hemos conseguido lo mejor”

 

 

 

La eterna insatisfacción. La incapacidad para sentirnos satisfechos con lo que somos, con lo que hemos logrado. Siempre pensando en más, en mejor, en qué será lo próximo. Siempre con la sensación de que lo conseguido no es suficiente. Que hay que procurarse constantemente metas, objetivos, pasos a dar, caminos a seguir para volver a sentir la emoción efímera de felicidad. Efímera por no permitirnos el gran lujo de disfrutar precisamente de eso. De los logros. Esa es, para mi, la eterna insatisfacción que nos hace un poco, o un mucho, infelices. Dejamos la felicidad relegada a los demás. Creemos en la felicidad de los otros antes que en la nuestra.Confundimos esa satisfacción o placer temporal con la felicidad. Por ello vivimos enganchados al logro y nos volvemos adictos a las emociones efímeras.

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Sé más permeable con lo que te rodea. El ‘ahora’, el ‘aquí’, lo que eres, lo que has conseguido, las personas, el trabajo, los hobbies, las experiencias.  Todo es motivo de felicidad. Todo. O nada. Es una cuestión personal. Puedes ser el eterno insatisfecho si así te place. ¡Es un estado mental!

Sé agradecido contigo y con los demás.

Positiviza. Es un cambio de paradigma muy saludable.

Apuesta por el crecimiento personal y profesional.

Utiliza palabras agradables para hablar de ti.

Medita un rato cada día. Permítete unos minutos de silencio para poder escucharte y conseguir relajar el alma.

Siente, huele, saborea.

Ríete de ti mismo.

No te enojes por simplezas. Relativiza las situaciones.

Haz cosas que sabes que te harán sentir bien. Mímate.

Os recomiendo la película ‘El Guerrero Pacífico’. Os adjunto unos minutos para abrir boca.

El Guerrero Pacífico

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Contemplamos el éxito como algo reservado a unos pocos. Éxito para los que trabajan muchas horas. Éxito para los que ganan mucho dinero. Éxito para el famoso. Éxito para los demás, siempre para ellos. Nunca para nosotros.

La RAE define éxito, del latín exitus, ‘salida’, como resultado feliz de un negocio, asunto. 

El éxito reside en cada acto. Podemos valorar el éxito como todas aquellas situaciones de triunfo. Se centra en aquellos logros personales o profesionales que cada persona ha planeado y ha concluido según las expectativas predichas. 

Una situación de éxito es haber culminado la carrera de 10km que tan inalcanzable parecía. Éxito es que hayas sido capaz de concluir tu lista de tareas en un tiempo récord. Ser exitoso cocinando, desarrollando proyectos en el trabajo o aprendiendo un idioma.

Para la persona exitosa no existe la derrota, el abandono, la dejadez. Para la persona de éxito cualquier reto es una prueba para ser mejor.

Pero no a todo el mundo le gusta tener éxito. Con el éxito viene la responsabilidad, los posibles fracasos o contratiempos. No saber mantenerse en ese nivel de exigencia. Y, por supuesto, este sentimiento de miedo se vincula sin duda a la falsa creencia de no ser merecedores del éxito. Estas personas, por ende, actúan obstaculizando las posibilidades de éxito de otras.

Porqué no dar más naturalidad al fracaso, porqué existe sin más, y más valor al éxito en las pequeñas y grandes cosas de cada uno.

‘El dolor del fracaso es dos veces más intenso que la felicidad que sentimos al ganar’ Daniel Kahneman

 

Mindfulness o atención plena es una práctica budista que cuenta con más de 2500 años y que se desarrolla en Oriente de forma habitual, integrada en su normalidad. En occidente nos ha llegado hará unos treinta años, a causa de enfermedades o dolencias tan propias de nuestro continente como son la ansiedad y el estrés.

Estamos tan convencidos de que nuestro cerebro es capaz de llevar diferentes tareas a la vez, que no prestamos atención de calidad a ninguna de las cosas que hacemos. Y esa forma de hacer la transmitimos a los niños. Les acabamos diagnosticando déficits inciertos a un problema que nace de los adultos.

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Dicen que somos capaces de mantener solamente once minutos la atención en una tarea.  Siempre algún factor externo a nosotros nos despista, nos hace poner la atención en una segunda y tercera cosa,obligando a la mente a practicar la ‘multitasking’, que significa llevar muchas cosas a la vez pero no atender bien a ninguna.

Yo he sido más consciente de este hábito hace algún tiempo y reconozco que también tengo adquirido ese mal hábito. Estoy aprendiendo de ello, de ser capaz de tener mi mente más focalizada, de ser más consciente para dar calidad a mis actos, a mis relaciones y a mi misma.

Os dejo un par de artículos sobre el tema.

Atención plena

Contra el estrés, pruebe el yoga

‘Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente’ Lao Tse

Es enseñar a pensar. Es dar opciones y dejar que se propongan nuevas. Es aprender a valorar las consecuencias de los actos y decisiones que se van a tomar. Es hacerse responsable de tu vida y de tus actos por pequeños e insignificantes que sean. Y eso se consigue desde muy pequeños. Si se te cae el zumo por el suelo, ¿quién lo tiene que recoger?. Si te preguntan por el colegio, ¿quién tiene que responder?. Los adultos solemos responder a las preguntas que otros hacen a los niños. ‘¿Cómo te llamas?’ y el adulto responde ‘Dile a esta señora cómo te llamas! Te llamas Pau’.

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Cómo alumnos esperan que se les dé la tarea del día. Llevados a callar, a no hablar más de la cuenta, a opinar lo justo y políticamente correcto, lo necesario. A no contradecir, a aceptar la respuesta del adulto como la correcta, la única y exclusiva. Se abren libros con la información a estudiar. Los chicos no buscan sobre ella, no la cuestionan, no la contradicen. Simplemente la aceptan y la aprenden a pies juntillas. Estamos aborregados.

Y como borregos que somos, seguimos a las masas, sin tener en cuenta los criterios personales, ¡nunca los tuviste! Ahora tampoco, ¡claro! Somos borregos para todo y con todos. No existe la opción de cuestionarse el camino que sigues. No hay ni la más mínima intención de pararse a pensar porqué estás siguiendo este carril y no coges otro.

El planeta sigue girando, ¿verdad? Pues no hay más que cuestionar. No hay más que decir. Sigue haciendo lo que haces. No te pares a pensar qué es lo que quieres. Sigue fluyendo con las masas. No grites. No te quejes. Acepta sin más. Sin criterio. Sin personalidad. Aborrégate más. Sin más, continua como hasta ahora.

!Buena lectura! Disfrutadla.

Al cerebro feliz

Silencios con uno mismo o silencios con los demás.

Uno mismo desea y decide silenciarse y escucharse. O, por otro lado, hacer ruido y jaleo para apagar nuestro interior.  Los silencios alzan la voz de los pensamientos, de las emociones y los recuerdos. Sin embargo, los silencios educados y trabajados resultan, para uno mismo, espacios de placer, de escucha activa personal, de reflejo de nuestras acciones, de nuestro rostro. Los silencios nos activan el alma y nos dan calma. Los silencios nos aportan seguridad y valor a uno mismo. Y nos dan tanto los silencios bien buscados y disfrutados, que nos pueden llegar a incomodar sobremanera. No estamos educados para vivir con ellos. Y como no lo estamos buscamos la manera de silenciar nuestros silencios.

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Por otro lado, el juego de los silencios sociales reporta otros beneficios. Se juega con otras normas y tiene otros fines.

El silencio con otros incomoda. Cierto. Pero el silencio aporta, y mucho, en tus relaciones personales. Para empezar si quieres escuchar lo que los demás te cuentan, debes callar. No puedes escuchar si estás hablando.

La palabra es plata, el silencio es oro.

No sabéis la cantidad de información que nos perdemos por el mero echo de querer hablar en vez de escuchar. En el momento en que la otra persona siente que la escuchan sin la amenaza de la constante interrupción, expresa más y mejor.

Me encanta una frase que dijo Ernest Hemingway: ‘Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.’

¡Bien cierto!

¡Feliz día!

Artículo: Aprender a gestionar la ira. 

la ira

(…) son más las ocasiones en las que supone una exacerbación y pérdida de control de nuestros impulsos que en nada ayudan a la resolución del conflicto ante el que nos encontramos.

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Foto de Maria Alegret

Más allá de las habilidades comunicativas de cada uno, el arte de la conversación puede ser aprendido y potenciado.

Artículo: La magia de conversar.