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Esta semana me han pasado dos situaciones que considero muy curiosas. Más que dos situaciones han sido dos comentarios sobre dos personas con las que comparto algunas horas cada semana. Ambas dos con un humor enfermizamente desagradable, malhumoradas, enfadadas con el mundo que les rodea, con la gente que les hablan, con el aire que respiran. Personas que a los dos minutos de estar con ellas, te repelen, hasta sorprende el grado de amargura que desprenden. Y aunque aparentemente no tienen nada en común, para mi lo tienen todo, porque es lo único que veo en ellas: amargura, malhumor.

Mafalda

 De una de ellas me preguntaron a principios de semana si los fáciles enfados y malas contestaciones que daba eran fruto de un nerviosismo acumulado por una situación de tensiones familiares. De la segunda, esta misma  mañana me preguntaron si siempre estaba con esa cara de amargura desagradable o si tenia momentos de alegría, cordialidad o dulzura.

Realmente me ha hecho mucha gracia que en cuestión de un par de días, personas diferentes me preguntaran por algo que para mi está siendo tan evidente desde hace mucho tiempo. Y que, añado, me transmite bastante pena. Pena por la infelicidad que desprenden.

A los dos comentarios respondí una frase del Dalai Lama que me quedó grabada cuando asistí a una conferencia suya en Zurich hace unos años.  Y es la siguiente: ‘los problemas los creamos nosotros mismos’. Y podéis pensar que es muy obvio lo que acabo de decir, pero a mi se me abrió un mundo de posibilidades. El hecho de tener un contratiempo que no esperabas puedes generar un momento de tensión, de nervios. Pero el siguiente paso es saber vivirlo y llevarlo con la mejor de las actitudes, barajando las posibilidades para solucionarlo.

Para mi no hay una constante justificación al malhumor, a la agriedad. Por supuesto tenemos derecho a tener nuestro momento, pero cuando se convierte en una norma, pasa a ser preocupante, además de crear un ambiente desagradable con la gente que te rodea.

De todas formas, sabed que de todo me gusta aprender algo. De esto hay varias conclusiones a las que llego:

  1. Me enseñan cómo es mejor tomarme las cosas, los cambios inesperados.
  2. Me recuerdan cómo se siente la gente cuando yo tengo algún momento de malhumor o nervios.

En definitiva, mejoran considerablemente mi carácter y mi felicidad. ¡Gracias!

Pero os confieso que me costó llegar a esta conclusión. Al principio me generaba malestar y tensión que pagaba con terceros.  Ahora les deseo unos BUENOS DÍAS cada mañana con la mejor de mis sonrisas, aunque luego me ladren.

He descubierto, además, que ganamos 4 años de vida si reímos un ratito cada día. ¡¡Todo son beneficios!!